Si la muerte quisiera
(María Fernanda Rueda Martínez)
Si la muerte quisiera
complacer el deseo de los que la invocamos,
Ya muchos de nosotros
estaríamos muertos;
Porque a veces, en cualquier
desencanto,
O, en la cumbre total
de alguna dicha, pedimos, sin saberlo, sin hablarlo,
Como vivaz relámpago inconsciente,
Que la muerte, la nuestra,
nos matara...
Todos, en ciertos momentos,
hemos anhelado morir violentamente,
Pero en el mismo instante
del atrevido impulso en que la vida,
Inmersamente, crece por
la angustia,
La felicidad o la amargura
y no cabe en la prisión del cuerpo.
En apariencia todos la
tememos,
Porque hemos contemplado
morir a los demás que enseñan en sus rostros el alud del espanto,
El mirar extraviado
Y las trágicas gotas de
su llanto en azoro;
Pero es muy diferente
contemplar cómo mueren a nuestra propia muerte...
Las lágrimas, los gestos,
la mirada indecisa que aflora el moribundo,
Son costumbres de mímica,
Reflejos corporales que
todavía emergen
De la agónica entraña
que ya no los percibe.
La muerte cuando mata
es indolora, nos tiene compasión,
Y se desliza con aire
maternal sobre los cuerpos
Sólo cuando los siente
anestesiados.
La muerte no lastima,
La vida es la que duele
Hasta el último pulso
que alebresta la sangre,
Y sólo, ya extinguida,
Nos deja invulnerables
al dolor de la carne.
Si la muerte quisiera complacer el deseo de los que la invocamos
¡Ya cuántos de nosotros
estaríamos muertos!
Esta noche, yo misma,
desolada
En recuerdos en sombras
y sombras de recuerdos,
Dueña de mis dolores como
el mar de su sal
Y enamorada aún de mis
heces de vida,
No sé por qué quisiera,
Con íntimo deseo que nace
sin esfuerzo:
¡Morir en unos cuantos
temblores de segundo!
Y gozo imaginando en descansar
tendida en el seno amoroso de mi muerte...
Si alguna voz oculta nos
gritara:
"¿Cuándo quieres morir?,
¿cuándo? Responde"
Nos quedaríamos mudos,
clavados en profundo estupor,
Como si viéramos, desde
la tierra,
El abismo absoluto de
la sombra que nos debe tratar
Para jamás volver a ser
lo que hemos sido
Y, sin embargo, a pesar
del peligro
Y de ignorar lo que el
seno del misterio nos tenga deparado,
A veces, yo, tú, todos,
Cuando la furia de la
pena hiere o el hielo del fastidio momifica,
Con nuestro silencio a
gritos hemos implorado a la temida muerte,
Porque ella solamente
Es la que podrá decapitar
nuestra tortura y retornarnos al regazo cósmico.